martes, 18 de noviembre de 2014

Ngazobil

A las tres de la tarde llegamos a Ngazobil, que está entre Mbodiene y Joal-Fadiouth. La comida está preparada cuando llegamos: thiéboudienne, el plato típico de Senegal, arroz con pescado... al principio me sabe un poco a la paella que preparaban mis padres los domingos, no sé si porque es domingo, porque tiene arroz, porque lleva pescado o porque estamos en familia... me supo buenísimo (aunque nada que ver con la paella dominguera de la familia Flores). De todas maneras aún no me había dado cuenta de que el arroz con pescado iba a ser la dieta de toda mi estancia aquí...
Ese día me presentaron a todos los que trabajaban y vivían aquí... ¡menudo lío de nombres y de caras tenía yo! Es que me parecían todos iguales, esas caras tan oscuras se me antojaban todas la misma... ¡y esos nombres tan raros para mí me parecían imposibles de pronunciar!

El hangar es una nave muy grande que hace años se utilizaba como almacén de cacahuetes. Hoy en día es una asociación de artistas, el padre y la madre de la familia, que organiza talleres con la comunidad para acercar el arte a la población. Además de ser un lugar de exposición de las obras que realizan, es un taller con mesas de trabajo llenas de todo tipo de materiales y una casa. Sí, así es, aquí, en esta antigua nave industrial convertida en museo, taller y casa, vivimos todos. Yo ya venía advertida de Barcelona y, en un rincón que me habían preparado, coloqué la tienda de campaña que pocos días antes de venir a Senegal me había comprado en el Decathlon. Ésa sería mi habitación. Me dejaron un colchón de espuma de unos tres dedos de alto... primero me pareció un poco cutre pero luego vi que todos dormían así. Días después incluso vi que los vendían en muchas tiendas y, al ir a otras casas, vi que aquí, el colchón más usado es ése... y me pareció hasta divertido descubrir que todos dormíamos en el mismo colchón...

Una vez me hube instalado los niños me preguntaron si quería irme a la playa con ellos. ¿La playa? No se me ocurrió mejor plan, sobre todo por el calor que tenía y porque sucumbo fácilmente a la tentacion de bañarme en el mar.

La primera decepción la tuve al caminar hacia la playa. "Está aquí al lado", me dijeron. Yo andaba toda ilusionada imaginándome eso de vivir cerca del mar y ya me veía a mí misma bañándome al atardecer mientras veía la puesta de sol... demasiado bonito para ser verdad. Cuando me di cuenta habíamos andado más de veinte minutos por un camino lleno de barro esquivando las súper espinas de las ramas de los árboles y las enormes cacas de las vacas... pasamos por delante de una casa y los tres perros que la custodiaban se nos acercaron enseñándonos sus dientes amenazadoramente y no pararon de gritar hasta que los guardas de la casa vinieron a por ellos.
Antes de llegar al mar tuvimos que atravesar una especie de laguna que durante la época de lluvias no estaba en su mejor momento y olía a agua de mar en proceso de descomposición... entre la laguna y la arena había cientos de cangrejos que teníamos que sortear porque salían del agua para meterse en unos agujeros que ellos mismos hacían en la arena. Son unos cangrejos muy graciosos que tienen una pinza más grande y larga que la otra y ¡son de color lila! A la misma vez que yo los esquivaba a ellos, ellos me esquivaban a mí y, con ese caminar de lado que tienen, era como si bailásemos.

Por fin llegamos a la playa. Estaba desierta. "Bueno, quizás porque es tarde ya..." Sólo había tres perros callejeros y algún que otro senegalés corriendo o haciendo abdominales. En otras ocasiones que he ido a la playa también estaba desierta, así que nada que ver con la Barceloneta. Como es el Atlántico pensaba que el agua estaría fría y habría olas pero no, el agua estaba caliente y en calma. Lo que sí había era un montón de algas. Fuera y dentro del agua. Muchísimas algas con un fortísimo olor a mar. Me dijeron que en la época de lluvias era normal. Daba un poco de angustia meterse porque notabas como las algas se te iban enredando por el cuerpo hasta que no te adentrabas bastante en el agua y las dejabas atrás.
Nos bañamos un rato y nos volvimos a casa. En poco se haría de noche y, sin farolas en el camino y con todos los demás peligros, era mejor volver a casa mientras fuese de día.
Al volver al hangar el padre me dijo que no me aconsejaba que fuese sola a la playa, y menos al atardecer, que podría ser peligroso... pero para cuando me lo dijo, a mí ya se me habían quitado las ganas de hacerlo.

sábado, 25 de octubre de 2014

Me mueve el aire

La familia tiene una casa en Dakar y otra en un pueblo cerca de Joal. Cargamos el coche con las maletas y hacia las 13 horas vamos a subirnos al coche cuando se pone a llover fuertemente. Volvemos a la casa a esperar que amaine. La tormenta es fortísima con unos rayos y truenos que yo hacía tiempo que no veía y tarda dos horas en parar. A las 15 horas, comidos y todo, nos subimos  al coche. Saliendo de Dakar y a punto de entrar en la autopista (sí, sí, autopista con peaje y todo) se para el coche. Nos bajamos todos para empujar y ver si así arranca, pero no. Pasan unos chicos por allí, de los que venden cosas entre los coches, y nos ayudan a empujar, pero sigue sin arrancar. Estamos en el tercer carril pero nadie nos pita ni nos dice nada por estar interrumpiendo el tráfico. Imagino que porque esto pasa habitualmente, o eso es lo que me imagino yo, sobre todo viendo los coches que circulan ya que la mayoría está bastante cascado y dudo yo que pasasen una ITV de las nuestras. El coche en el que nosotros vamos no es para menos. Otros dos chicos nos ayudan a empujar el coche hasta el arcén y justo al lado de donde nos paramos hay un taller mecánico. Un trabajador viene  y se pone a mirar qué le pasa al coche. La madre, los tres niños y yo cogemos un taxi de vuelta a casa mientras el padre y el mecánico se quedan arreglando el coche allí mismo. Sí, habéis contado bien, en el coche íbamos seis personas... en el asiento de atrás sin cinturón y los niños sin sillita ni elevador ni nada... Volvimos a la casa y pasamos la tarde jugando a Lego... yo a ratos me aburría un poco, sobre todo pensando que era sábado y todo lo que me estaba perdiendo... pero también me venía bien un poco de tranquilidad después del ajetreo de los últimos días.

El padre volvió a casa a las once de la noche, con el coche arreglado.
El domingo por la mañana salimos hacia Joal. Habíamos dicho que saldríamos a las diez pero nos dieron las doce. Por el camino llueve y tenemos goteras en el coche. Buscando por dónde entra el agua vemos una planta que ha nacido en un agujero que hay en una de las puertas del asiento de atrás. Si estuviese en Pinetons haría un proyecto de eso, ¡seguro!
Por el camino iba toda entusiasmada por saber cómo sería el pueblo, la casa, la gente... para empezar ya me sorprende el paisaje, todo es plano lleno de palmeras y baobabs (sí, como los de El Principio) y los pueblos que atravesamos son los típicos pueblos africanos de casas redondas y con gente por todos sitios... las vendedoras de mango se aglomeran alrededor del coche para que compremos, las tiendas de muebles exponen lo que venden en plena calle, la gente se sienta a descansar en cualquier trocito de sombra, tenemos que sortear varios charcos enormes de la lluvia de estos días, le cedemos el paso a un pastor y sus vacas... blancas, solo blancas, no blancas y negras como siempre nos habían dicho en el cole... y, con todas las ventanas abiertas a falta de aire acondicionado, siento el viento en la cara que me alivia del calor y que me transporta a unos instantes de felicidad, unos instantes de ésos de sentir qué contenta estoy de haber venido y qué bien esto de que me mueva el aire...

martes, 14 de octubre de 2014

Sicap Mermoz

Ya es sábado y tengo que madrugar para reunirme con la familia con la que voy a pasar el mes de septiembre. El padre me llamó por teléfono el día anterior para decirme que debía encontrarme con ellos en su casa a las nueve de la mañana porque tenían pensado salir de Dakar hacia Joal a las diez. La puntualidad no es lo mío, algunos bien lo saben, por eso esa mañana me esforcé muchísimo en ser puntual, no quería quedar mal con la familia el primer día... llegué a las nueve y diez, no está mal para mí...  pero sí estuvo mal para ellos, porque justo en el momento en el que confirmaba con el taxista la dirección que la familia me había pasado,  el padre me llamó por teléfono para decirme que aún estaban durmiendo y que si podía ir más tarde... bueno, así desayuno tranquilamente, pensé yo... y eso que ya había desayunado en el hotel... pero con las prisas de llegar puntual no había tomado más que un té y un poco de pan con <<Chocopain>> que es como la Nocilla, pero de cacahuetes...
Decido ir a buscar una cafetería con terraza para tomarme un café con leche sentada al aire libre mientras leo, como he hecho mil veces en Barcelona y así hago tiempo hasta que la familia me diga que ya se ha despertado. Buscando la deseada terraza oigo que un par de chicos me gritan:  ¡Bonjour madame! Intento hacer como que no me entero pero ellos insisten y además me muero de curiosidad por ver quien me llama porque oía que las voces venían desde lejos, o desde alto... y es que al levantar la vista veo que están ¡en una azotea!... a pesar de lo original y divertido que parecía al principio luego no lo fue tanto porque la conversación fue la de siempre... que de dónde eres, que si Barcelona o Madrid, que si que buenos el Messi y el Iniesta...  así que enseguida me aburro y sigo buscando la cafetería... pero, ¡ay! ¡ilusa de mi! Un poco más y tengo que volver a coger un taxi para regresar a la casa por lo que había andado y porque casi me desoriento... que, como la puntualidad, la orientación tampoco es lo mío... y es que cafeterías con terraza por aquí no hay, eso no se estila aquí, tenía en mi cabeza encontrarme con un bar cutre de los de toda la vida del estilo al que yo tenía debajo de casa donde Santi preparaba un café buenísimo... y lo más parecido a eso que encontré fue un carrito ambulante, estilo paradita de algodón de azúcar de la feria, aparcado al lado de un trozo de pared a medio construir...
Como tenía tiempo y ganas de tomarme un café, me acerqué al chico del carrito, un poco resignada pero aún con esperanzas... Al pedirle un <café au lait> el chico cogió un vasito de plástico y lo llenó hasta la mitad de agua caliente que tenía en un termo enorme, luego añadió un sobre de una dosis de Nescafé, un par de cucharadas de leche en polvo y tres cucharadas más de azúcar y me dio esta poción, que ya me hubiera gustado que hubiese sido mágica para que hubiera sabido a mi añorado café del bar Menta... al pagarle los 50 CFA, unos 10 céntimos, me senté en un pedacito del trozo de pared que quizás se había quedado sin construir para que yo me sentara... quité de mi cabeza la posibilidad de además comer algo pero no me resigné a quedarme sin leer, así que saqué el libro que llevaba y lo abrí por donde lo había dejado justo al guardarlo en el avión antes de aterrizar en Dakar... no había leído ni un párrafo cuando me di cuenta de que el café que tanto anhelaba sabía a de todo menos a café... y de que es imposible estar sentada dos minutos en la calle sin que nadie te diga nada... se me acercó un chico, que resultó ser uno de los que me había gritado desde lo alto del edificio, le pregunté si trabajaba en la construcción y estaba haciendo alguna obra en el terrado del edificio pero me dijo que no, que aquello era la sala de musculación donde iba cada día a hacer ejercicio y que al verme pasar por delante, y dos veces además... había decidido bajar hasta donde yo estaba para no perder la oportunidad de conocerme... ¡Qué bonito! ¿no? ¡Y más en francés! Aunque luego hice memoria y recordé que eso ya me lo habían dicho también en Dakar... igual es una frase típica aquí para ligar, como nuestro antiguo <¿estudias o trabajas?> o <tu cara me suena, ¿nos hemos visto antes?>... mientras hablaba con él oigo que me suenan las tripas y decido aprovecharme de su compañía y le pregunto dónde puedo comer algo. Me lleva hasta otro chiringuito donde un señor me prepara, por un euro y medio, un bocadillo de media baguette de tortilla de cebolla y pimienta... ¡toma ya! No son aún ni las diez de la mañana y ya tengo el estómago revuelto de tanta cosa rara y la boca ardiendo al primer bocado del sándwich tan potente... pero al menos puedo sentarme en un banco... que no es como las mesas y las sillas a las que estoy acostumbrada pero si que es lo mejor que he encontrado por el momento...

Hora y media después el padre me llama para decirme que ya se han despertado. Voy hacia la casa con la idea de que ya estarían metidos en el coche para irnos cuando me dicen que aún tienen que desayunar... veo que la puntualidad tampoco es el fuerte de esta familia... cuando me ofrecieron desayunar con ellos estuve a punto de decirles que ya había desayunado pero luego pensé en que igual allí podía tomarme un café como Dios manda así que me senté con ellos a la mesa... <tenemos Kinkeliba (el mismo té que había en el hotel) y Café Touba> me dicen, y yo, haciéndome como la que duda un poco para que no se note mi desespero digo: um, café mismo. Primero tuve que esperar como cinco minutos a que el café se enfriara un poco (no sé cómo pueden tomarse las cosas tan calientes con este calor que hace) y cuando por fin pude beber algo del anhelado café casi lloro de la pena, la rabia, la frustración, el mono o todo junto... porque para mí que aquel café se les había quemado, tenía un sabor fortísimo y no estaba nada bueno... me espero a ver cómo reaccionan el padre y la madre y cuando veo que ellos se lo beben tranquilamente mientras hablamos, me doy cuenta de que el café touba es así... <es que tiene especias> me dicen... y decido resignarme y no tomármelo... <¿quieres otra cosa?> me preguntan, y casi les digo, entre lágrimas, que quiero que vengan Santi y su máquina de café y sus mesas y sillas roñosas y su pedacito de terraza en la calle Lepanto...

jueves, 2 de octubre de 2014

La Gazelle

Aquí uno puede tomarse una cerveza de 65 cl como si nada. Gazelle es la marca barata, pero si prefieres algo más chic te puedes tomar una Flag que vale lo mismo pero entonces sólo tienes 22 cl. Esto lo aprendí la noche del jueves con Fouty y sus amigos. También a que hay que tener cuidado con la Gazelle porque con el rollo de bebértela antes de que se enfríe acabas cogiendo el puntillo sin darte cuenta. Obvio que no me emborraché mi tercera noche en Dakar rodeada de casi desconocidos, pero fuimos a un par de sitios a tomar unas cervezas. Uno de los sitios era muy moderno, está abierto hasta las tantas de la noche y los famosos del país suelen reunirse para tomar algo, aunque nosotros no vimos a ningún famoso... intentamos ir a otro sitio donde Ismael Lö cantaba en directo pero no podíamos permitirnos lo que valía la entrada a pesar de regatear el precio, así que acabamos en un local sencillo, por no decir cutre, donde va la gente del barrio y en el que hacía tantísimo calor que tenías que beberte la Gazelle  de un trago si no querías que se te enfriara o resignarte y bebértela caliente... que aquí es lo que hacen muchos porque lo de tener bebida fría es un sueño...hay luz en pocas casas y no puedes fiarte mucho porque se va cada dos por tres y además dicen que es carísima... yo con la cerveza ni lo uno ni lo otro, la dejé sin beber... aunque ya se encargaron los demás de acabársela poniendo un poco de mi cerveza en cada uno de sus vasos.... es que los 65 cl dan para mucho...

A la mañana siguiente volvimos a ir a la playa. Pero esa vez a Gorée, una isla no muy lejos de Dakar a la que se llega en un pequeño ferry. En esta isla hay mucha historia. Aquí concentraban a la gente traída de todas partes de África para esperar el momento de su partida a América como esclavos. Es impresionante la casa donde los retenían. Da escalofríos pasearse por ella. Y escalofríos da también la puerta de "no retorno" donde salían de la casa para subirse al barco y no volver jamás. Uno necesita un tiempo para reponerse después de haber visitado la casa. Como la isla es muy bonita nos dimos un paseo para despejarnos y ahí, como el que no quiere la cosa, uno de los amigos de Fouty me dijo que se había enamorado de mí. Djwibi me lo dijo en inglés para que los demás no se enteraran... sobre todo Fouty, que era quien me había visto primero y quien también quería algo conmigo... yo casi que necesité darme otro paseo, sola, para despejarme de verdad... una no está acostumbrada a que se le declaren chicos diferentes día sí y día también... y por mucho que yo piense lo que seguramente pensáis todos, es imposible que tanta declaración de amor te deje indiferente...

El día de playa se nos truncó un poco porque al cabo de nada se puso a llover. Es lo que tiene la época de lluvias, que llueve cada día... y mira que estar en la playa estaba siendo divertido. Había muchísima gente pero aquí muy pocos saben nadar, y mucho menos flotar, así que sólo los más atrevidos van un poco más lejos de unos cuantos metros adentro de la orilla, la mayoría se queda hasta donde da pie y se les ve ahí a todos bien juntos. Yo me adentraba un poco en el mar, porque a mi me encanta flotar donde no doy pie, pero me sentía mucho más observada de lo habitual, que es mucho, así que prefería estarme con el bullicio que, una vez que te habituabas era, sin lugar a dudas, mucho más divertido. Se lo pasan en grande en la playa jugando a ver quien llega más lejos, a ver quien aguanta más tiempo sin respirar bajo el agua, a ver quien se sale de la conga que se ponen a hacer en el agua...

Así que nos volvimos a Dakar a pasar el resto del día tomando té en la casa de Djwibi... y mientras él tocaba con la guitarra a Bob Marley y otros cantantes de regaee entonaba algún <I love you> mirándome fijamente a los ojos...


miércoles, 24 de septiembre de 2014

¡Vamos a la playa!

La segunda noche en el cuchitril es dura, tanto como los colchones. Sigue sin haber nadie más en la habitación pero ya no me da pena porque gracias a eso puedo cambiarme de cama durante la noche... pruebo tres diferentes y me acuerdo del cuento de la princesa y el guisante... no consigo dormir bien en toda la noche, el aire que mueve el ventilador no me llega, todos los colchones son duros y ninguna almohada me gusta... además el wifi sigue sin funcionar así que a la mañana siguiente decido cambiar de hotel. Le paso la dirección al taxista que conoce la zona pero no la calle exacta y, después de dar muchas vueltas, tenemos que llamar al hotel para que nos indiquen cómo llegar... aún así se el hombre se pierde y seguimos dando vueltas durante un buen rato... al cabo de un rato nos cruzamos con un chico que, al vernos perdidos, nos pregunta dónde vamos... como conoce el hotel se sube con nosotros al coche para acompañarnos... cuando me doy cuenta está cargando con mi mochila hasta la habitación, me ayuda con la cerradura que estaba dura y me dice que él va a la playa y que si me quiero ir con él... ¿a la playa? ¡No se me ocurre mejor plan! Así que en nada ya tengo el bikini y la toalla en el bolso para irme con él. Antes pasamos a tomar un té senegalés a casa de su amigo. Y mientras subo las escaleras del edificio y sorteo los objetos que hay por medio hasta la última planta me acuerdo de mi amiga Susana que siempre me dice que soy demasiado confiada... y por un momento pienso en que quizás debería irme... pero enseguida me digo a mi misma que no, que lo que tengo que hacer es subir y estar atenta a lo que pase, y, sobre todo, escuchar a mi instinto y hacer caso a las señales de alerta que me envíe. No me envió ninguna señal y estuve con Fouty y sus amigos más de una hora entre tés y conciertillos de guitarra.
Luego cogimos un común, podíamos haber cogido un taxi pero quería aprovechar que iba con un senegalés para subirme en una furgoneta de ésas. Tuvimos que coger dos. Una se paró en medio de la carretera y nos subimos casi en marcha y en la otra tuvimos que esperar como veinte minutos a que se llenara para poder irnos. Me encantó la sensación de multitud. Los asientos que están en el medio, en el pasillo, son abatibles y así puedes moverte por dentro e ir recolocándote rollo tetris cuando la gente entra o sale. Además aquí las mujeres se arreglan mucho y se perfuman un montón. Son olores de esos que permanecen largo rato después de que la persona se haya ido, incluso cuando pasan por la calle, es como si dejasen una estela detrás de ellas. Es un olor algo empalagoso para mi gusto pero se agradece de vez en cuando sobre todo porque no siempre huele así de bien.
Ngor es una pequeña isla a la que se llega en barca de madera, en patera, vaya. Nos subimos mogollón de personas a la barca ¡pero nos ponemos chaleco salvavidas! La distancia no es muy larga y enseguida llegamos después de haber hecho equilibrios para salir de allí entre tanta gente. Es un sitio auténtico. La playa está llena de chiringuitos con negros con rastas escuchando regaee y fumando porros. Fouty y yo comemos arroz con pescado recién cocinado (tardaron hora y media en hacerlo) a la barbacoa (buenísimo por cierto).
Desde antes que empezáramos a comer un chico se esperaba a que acabásemos por si queríamos dejar las cosas guardadas mientras nos bañábamos en la playa. A mi me sabía mal que tuviese que esperarse tanto, pero como veía que a él le daba igual decidí que a mi también. Al acabar, fuimos con él y nos llevó hasta la habitación de una casa particular, tuvimos que pasar por delante de los niños que jugaban en el patio... la habitación era muy mona, tenía un enorme balcón que daba al mar y todo. Lo que no vi ningún armario donde dejar las cosas... Fouty y el chico se pusieron a regatear y me dijeron que por 6000 CFA podíamos quedarnos allí. Yo le digo a Fouty que por ese precio ya me vigilo yo misma las cosas, que estoy acostumbrada de hacerlo en la playa de Barcelona, y él me dice que si no quiero descansar un rato allí después de bañarnos y me señala la cama... Entonces lo pillo... y le digo, toda ruborizada, que no, que no... que no me interesa... Salimos de allí mientras Fouty me pedía disculpas... pasamos la tarde en una hamaca de la playa, alternándonos para bañarnos y vigilando nuestras propias cosas...


viernes, 19 de septiembre de 2014

Ni un momento sola


Me doy un paseo por el mercado de Kermel y cuando me doy cuenta Mustafá ya lleva un rato acompañándome y explicándome los puestos que hay... ahora ya me lo he aprendido y no voy a aceptar ningún regalo que me haga, ¡ni que esté envuelto! Pero me dejo guiar por él porque es mucho más fácil y más tranquilo que ir sola. Me como un plato de arroz con pescado en un puestecillo del mercado, son las cinco de la tarde y me muero de hambre, degusto mi primer plato de comida senegalesa cruzando los dedos por debajo de la mesa... justo donde los gatos se entretienen a repelar las espinas que les tira la gente.
Mustafá se va a rezar mientras como y luego me sigue  acompañando... después, como el que no quiere la cosa, llegamos a su puesto en el mercado...  intenta venderme algo, pero no pienso comprar nada, ¡ya tengo bastantes cosas yo! Me quedo un rato por allí y antes de irme Mustafá me da una tarjeta con su teléfono. Además del puestecillo en el mercado tiene un taxi y se ofrece a llevarme a visitar el país... aún guardo la tarjeta, ¡nunca se sabe!
Sólo son las siete de la tarde pero está anocheciendo. Voy hacia el centro buscando alguna calle más iluminada. No la encuentro. Pero me encuentro a un vendedor de zapatos. Me dice que antes tenía una tienda pero que no funcionaba y por eso decidió vender por la calle. No me ofrece que le compre ningún par pero me pregunta donde voy y acabamos tomando algo en un bar, ¡Y me invita y todo! Y además me acompaña al hotel en taxi, pagando precio senegalés...  A medio camino le dio dinero al taxista para que recargara su saldo y llamase al hotel para que le indicasen cómo llegar. Segunda vez que circulamos por la ciudad buscando el hotel... pero esta vez no intentan subir el precio, quizás porque un senegalés me acompaña...
En la puerta del hotel, Cheriff me da su teléfono para que le llame y me dice que Dios me ha puesto en su camino y que no va a perder la oportunidad de conocerme... en francés... que suena más bonito todavía... me apunto el teléfono, ¡nunca se sabe! Entro a mi habitación, aún vacía, y, aunque hasta a mí me cueste creerlo, me alegro de estar completamene sola.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Conocidos en Dakar

Salgo a la calle y ya es mediodía. ¡Menuda hora para salir! ¡Y menudo calor! pero había necesitado la mañana para estar conmigo...

Me doy una vuelta por el centro de Dakar. Me siento mirada y remirada. Vendedores de tarjetas de teléfono se me acercan, pero yo ya me sé el truco...  los taxistas me pitan por si me quiero subir, y no me extraña, tienen un precio diferente para los turistas por mucho que negocies con ellos... los niños se giran para seguir mirándome cuando me cruzo con ellos... los mayores más atrevidos me preguntan si española o francesa, si Barça o Madrid... me cruzo con un hombre que me dice que mi cara le suena y me empieza a decir el nombre de gente para ver si la conozco... otro señor me dice que ha vivido en Barcelona y que le gusta mucho... otro me dice que trabajaba en la frontera, cerca de  Perpiñán y que conoce bien Barcelona... me acompaña un trozo hasta el mercado al que yo iba y al separarse de mi un poco se me acerca otro señor que me dice que trabajaba en la frontera, cerca de Perpiñán y que conoce bien Barcelona... ¡uy! Igual que el otro, ¡qué casualidad! Pensé yo... y también me acompaña hasta el mercado... nos encontramos con el de antes y los dos caminan conmigo. Cerca del mercado se paran y uno de ellos me dice que le he caído bien y que por eso me da un regalo, estaba envuelto y todo, en papel de periódico, pero envuelto. Es un collar. ¡Oh, gracias! Digo yo. Y cuando toda contenta me iba con mi collar pensando en ponérmelo ya mismo, me dice que a cambio le tengo que dar yo un regalo a él... ¡Ya estamos! Pensé yo, y le dije que entonces no lo quería. Se enfadó conmigo. Su amigo también se enfadó y se quedaron ahí diciéndome cosas que no entendí mientras yo me iba. Más adelante, un vendedor de un quiosco me dice que no me acerque a esa gente, que son mentirosos y ladrones... ¡ah! Mentirosos, ¡no era casualidad lo de Perpiñán entonces!